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lunes, 25 de marzo de 2013

.Aspectos léxicos del Español de América

Además de voces propiamente indígenas, las voces mestizas mezclaron lo hispano y lo aborigen, como es el caso de gentilicios (nombres que indican procedencia geográfica) como pampino (del quechua pampa ‘llano solitario’ y el sufijo hispánico -in- ), mexicano (del náhuatl mexica, nombre del pueblo azteca, y el sufijo hispánico -an-, que indica procedencia), caribeño (del pueblo y lengua caribe y el sufijo --, ‘perteneciente a’), o de otras voces como achocolatado (del náhuatl xocoalt, el prefijo hispano a- y el sufijo -ad-), y manicero (del taíno maní ‘cacahuete’ y -er-, ‘oficio, ocupación’).

 Por otra parte, se debe tener en cuenta la influencia de las lenguas modernas, especialmente de la inglesa y de la francesa, ya que muchos términos se han incorporado al español americano, mas no así al peninsular, como noquear ‘golpear hasta sacar del combate al adversario’, rentar ‘alquilar’ o mansarda ‘ático’.

Además, aunque ciertos vocablos tengan origen hispano, se observan diferencias, ya sea por cambio semántico (vereda ‘acera’, saco ‘chaqueta’), por constituir arcaísmos desusados en España (como demorar ‘tardar’, balde ‘cubo de agua’, pararse ‘ponerse de pie’, pollera ‘falda’, sancochar ‘cocer rápidamente’), por derivación típicamente americana (conversada, boletero), o bien —como ya lo hicieron los primeros españoles— por empleo analógico frente a realidades nuevas (lagarto ‘caimán’, víbora ‘serpiente’).
Si bien es cierto que en América la lengua española en gran medida se homogeneizó, también se diversificó; es decir, existen coincidencias a nivel de sistema (reglas y posibilidades de la lengua) entre el español peninsular y el hispanoamericano, pero diferencias de norma (realizaciones locales, sociales de la lengua). Cuanto más culta sea la norma utilizada, mayores similitudes lingüísticas habrá; por lo tanto, es en el habla popular y coloquial donde se advierte el mayor número de diferencias.
 Por ende, la norma culta, sobre todo formal, es el patrón unificador, no sólo del español de América, sino también de toda la lengua española.

EL ESPAÑOL EN EL MUNDO

El español es, por número de hablantes, la tercera lengua del mundo.

Pese a ser una lengua hablada en zonas tan distantes, existe una cierta unidad en el nivel culto de la lengua que permite a las gentes de uno u otro lado del Atlántico entenderse con relativa facilidad.

Las mayores diferencias son de carácter suprasegmental, es decir, la variada entonación, fruto al parecer de los diversos substratos lingüísticos que existen en los países de habla hispánica.

 La ortografía y la norma lingüística aseguran la unidad de la lengua; de ahí la colaboración entre las diversas Academias de la Lengua para preservar esta unidad, hecho al que coadyuva la difusión de los productos literarios, científicos, pedagógicos, cinematográficos, televisivos, ofimáticos, de comunicación e informáticos.

Desde España se ha elaborado el primer método unitario de enseñanza de la lengua, que difunde por el mundo el Instituto Cervantes.
El trabajo coordinado de las Academias ha cristalizado en la “Elaboración de la norma culta de las grandes ciudades”, que presta especial atención a la fonología y al léxico. El español es la segunda lengua hablada en Estados Unidos, que cuenta con varias cadenas de radio y televisión con emisiones totalmente en español; asimismo, y por razones estrictamente económicas, es la lengua que más se estudia como idioma extranjero en los países no hispánicos de América y Europa.
 Lejanos ya los tiempos en que fue considerada la lengua diplomática, condición en la cual la sustituyó el francés, hoy es lengua oficial de la ONU y sus organismos, de la Unión Europea y de otros organismos internacionales. Ha sido incluida como lengua dentro de las grandes autopistas internacionales de la información como Internet, lo que asegura la constante traducción de las innovaciones informáticas, su difusión e intercomunicación.
Donde aparece más incierto el futuro del idioma es en el continente africano, abandonado por razones políticas a la voluntad de sus hablantes; no hay que olvidar que todavía sirve de lengua diplomática junto al francés para el pueblo saharaui.
 No obstante, todo parece augurar que en este siglo será una de las lenguas de mayor difusión, y quién sabe si en momentos de deseable mestizaje no dé lugar a una lengua intermedia que asegure la comunicación con el continente americano en su conjunto.

El español contemporáneo

En el año 1713 se fundó la Real Academia Española. Su primera tarea fue la de fijar el idioma y sancionar los cambios que habían introducido los hablantes a lo largo de los siglos, siguiendo unos criterios de autoridad. En esta época ya había finalizado el cambio fonético y morfológico y el sistema verbal de tiempos simples y compuestos era el mismo que ha estado vigente hasta la primera mitad del siglo XX.


Los pronombres átonos ya no se combinaban con las formas de participio y, gracias a la variación morfológica, los elementos de la oración se pueden ordenar de formas muy diversas con una gran variedad en los estilos literarios, desde la mayor violación sintáctica que representan el barroco del siglo XVII, los poetas de la generación del 27 y el lenguaje publicitario, hasta la imitación de los cánones clásicos, también violentadores del orden del español, que incorporaron los neoclásicos o los primeros renacentistas.


Coincidiendo con otro momento de esplendor literario, el primer tercio del siglo XX, aparecieron las nuevas modificaciones gramaticales que aún hoy están en proceso de asentamiento. De ellas cabe citar: la reducción del paradigma verbal en sus formas compuestas de indicativo y subjuntivo, la sustitución de los futuros por perífrasis verbales del tipo tengo que ir por iré, la práctica desaparición del subjuntivo, la reduplicación de los pronombres átonos en muchas estructuras oracionales y con verbos de significación pasiva, que están desarrollando una conjugación en voz media como en le debo dinero a María; la posposición casi sistemática de los calificativos, la reducción de los relativos, prácticamente limitados a que y quien en la lengua hablada. Junto a ello, la irrupción continua de neologismos, que nombran innovaciones técnicas y avances científicos, tiene dos momentos: los anteriores a la mitad del siglo pasado, que contienen raíces clásicas como termómetro, televisión, átomo, neurovegetativo, psicoanálisis o morfema, y los neologismos apenas castellanizados, siglas y calcos del inglés, y fruto de la difusión que de ellos hacen las revistas especializadas, la publicidad o la prensa, como filmar, radar, módem, casete, anticongelante, compacto, PC, o spot.

historia del castellano o español

El nombre de la lengua procede de la tierra de castillos que la configuró, Castilla, y antes del siglo X no puede hablarse de ella. Por entonces existían cuatro grandes dominios lingüísticos en la Península que pueden fijarse por el comportamiento de la vocal breve y tónica latina o en sílaba interior de palabra como la o de portam que diptongó en en el castellano, puerta, y vaciló entre ue, uo y ua en el leonés y aragonés (puorta) y mozárabe (puarta). En términos generales, se mantuvo la o del latín (porta) en la lengua del extremo occidental, el galaico-portugués —del que surgirían el gallego y el portugués—, y en el catalán del extremo oriental, que ejercería su influencia posterior por las tierras mediterráneas, fruto de la expansión política.

El castellano fue tan innovador en la evolución del latín como lo fueron los habitantes de Castilla en lo político. A esta época pertenecen las Glosas silenses y las Glosas emilianenses, del siglo X, que son anotaciones en romance a los textos en latín: contienen palabras y construcciones que no se entendían ya. Las primeras se escribieron en el monasterio benedictino de Silos, donde para aclarar el texto de un penitencial puede leerse “quod: por ke”, “ignorante: non sapiendo”; las Glosas emilianenses se escriben en el monasterio de San Millán de la Cogolla o de Suso.

En el sur, bajo dominio árabe, las comunidades cristianas hablaban mozárabe. Heredado de la época anterior a la conquista musulmana, lo mantuvieron sin grandes alteraciones, bien por afirmación cultural que marcara la diferencia con las comunidades judía y árabe, bien por falta de contacto con las evoluciones que se estaban desarrollando en los territorios cristianos.

 En esta lengua se escriben algunos de los primeros poemas líricos romances: las jarchas, composiciones escritas en alfabeto árabe o hebreo, pero que transcritas corresponden a una lengua arábigo-andaluza. De los cambios fonéticos que se produjeron en esta época en el castellano, el más original consistió en convertir la f- inicial del latín en una aspiración en la lengua hablada, aunque conservada en la escritura.

El primer paso para convertir el castellano en la lengua oficial del reino de Castilla y León lo dio en el siglo XIII Alfonso X, que mandó componer en romance, y no en latín, las grandes obras históricas, astronómicas y legales. El castellano medieval desarrolló una serie de fonemas que hoy han desaparecido. Distinguía entre una s/ sonora intervocálica, que en la escritura se representaba por s, como en casa, y una s sorda, que podía estar en posición inicial de palabra como silla, o en posición interna en el grupo ns, como en pensar o en posición intervocálica, que se escribía ss como en viniesse. Las letras ç y z equivalían a los sonidos africados (equivalente a ts, si era sordo, y a ds, si era sonoro), como en plaça y fazer. La letra x respondía a un sonido palatal fricativo sordo, como la actual ch del francés o la s final del portugués y también existía correspondiente sonoro, que se escribía mediante j o g ante e, i: así dixo, coger, o hijo. Distinguía entre una bilabial oclusiva sonora b, que procedía de la p intervocálica del latín o b de la inicial sonora del latín (y que es la que hoy se conserva), y la fricativa sonora, que procedía de la v del latín, cuyo sonido se mantiene hoy en Levante y algunos países americanos.

Desde el punto de vista gramatical ya habían desaparecido las declinaciones del latín y eran las preposiciones las que señalaban la función de las palabras en la oración. El verbo haber todavía tenía el significado posesivo tener, como en había dos fijos y se empleaba para tener y para formar las perífrasis verbales de obligación que originarían a partir del siglo XIV los tiempos compuestos; por eso, entre la forma del verbo haber y el infinitivo siguiente era posible interponer otro material léxico, hoy impensable, como en “Enrique vuestro hermano habia vos de matar por las sus manos”. Los adjetivos posesivos iban precedidos de artículo; así se decía los sus ojos alza.

El español del siglo XII ya era la lengua de los documentos notariales y de la Biblia que mandó traducir Alfonso X; uno de los manuscritos del siglo XIII se conserva en la biblioteca de El Escorial. Gracias al Camino de Santiago entraron en la lengua los primeros galicismos, escasos en número, y que se propagaron por la acción de los trovadores, de la poesía cortesana y de la provenzal.

CASTELLANO O ESPAÑOL

Esta lengua también se llama castellano, por ser el nombre de la comunidad lingüística que habló esta modalidad románica en tiempos medievales: Castilla. Existe alguna polémica en torno a la denominación de la lengua; el término español es relativamente reciente y no es admitido por muchos hablantes bilingües del Estado Español, pues entienden que español incluye los términos valenciano, gallego, catalán y vasco, lenguas a su vez de consideración oficial dentro del territorio de sus comunidades autónomas respectivas. Son esos hablantes bilingües quienes proponen volver a la denominación más antigua que tuvo la lengua: castellano entendido como ‘lengua de Castilla’.

En los países hispanoamericanos se ha conservado esta denominación y no plantean dificultad especial a la hora de entender como sinónimos los términos castellano y español. En los primeros documentos tras la fundación de la Real Academia Española, sus miembros emplearon por acuerdo la denominación de lengua española. Quien mejor ha estudiado esta espinosa cuestión ha sido Amado Alonso en un libro titulado Castellano, español, idioma nacional. Historia espiritual de tres nombres (1943).

Volver a llamar a esta lengua castellano representa una vuelta a los orígenes y quién sabe si no sería dar satisfacción a los autores hispanoamericanos que tanto esfuerzo y estudio le dedicaron, como Andrés Bello, Rufino José Cuervo o la argentina Mabel Manacorda de Rossetti.

Renunciar al término español plantearía la dificultad de reconocer el carácter oficial de una lengua que tan abierta ha estado para acoger en su seno influencias y tolerancias que han contribuido a su condición. Por otro lado, tanto derecho tienen los españoles a nombrar castellano a su lengua como los argentinos, venezolanos, mexicanos, o panameños a calificarla como argentina, venezolana, mexicana o panameña, por citar algunos ejemplos. Lo cual podría significar el primer paso para la fragmentación de una lengua, que por número de hablantes, ocupa el tercer lugar entre las lenguas del mundo. En España se hablan además el catalán y el gallego, lenguas de tronco románico, y el vasco, de origen desconocido.

Lengua española,CASTELLANO O ESPAÑOL

Lengua española, lengua románica, derivada del latín, que pertenece a la subfamilia itálica dentro del conjunto indoeuropeo; es la lengua oficial de España y de las naciones de Sudamérica y Centroamérica —excepto Brasil, las Guayanas y Belice—, y, en el Caribe, de Cuba, Puerto Rico y la República Dominicana; cuenta con unos cuatrocientos millones de hablantes, entre los que se incluyen los hispanos que viven en Estados Unidos y algunos cientos de miles de filipinos, así como los grupos nacionales saharauis y los habitantes de Guinea Ecuatorial en la costa occidental africana.